Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús
le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos
habían ido a la ciudad a comprar de comer.

La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo
judío, me pides a mí de beber, que soy mujer
samaritana? Porque judíos y samaritanos no
se tratan entre sí.

Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don
de Dios, y quién es el que te dice: Dame de
beber, tú le pedirías, y él te daría agua viva.

Cualquiera que bebiere de esta agua, volveré a
tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le
dará, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo
le dará será en él una fuente de agua que salte
para vida eterna.

La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no
tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.
Y creyeron muchos más por la palabra de
él, y decían a la mujer:

Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros
mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente
éste es el Salvador del mundo, el Cristo.


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